Salté a la otra mano de Dios para no verte,
caminante…
Él, que ora muy poco, juntará sus manos dentro de mil
años…
Pero hoy el dolor es cloro que lava mi sangre,
caminante…
El sol es una moneda entre lilas de cemento
y en vez de luz da sombra…
y quienes se sientan para escuchar desde sus balcones
el eco de esta pena, hablan un idioma de lluvia
y de recuerdos.
Y los que se acercan sólo para verme, sufren
igualmente.
Se abrazan, se clavan uñas de cemento…
Por tu silencio, caminante, la sangre circula como si
le huyera a la vida,
…y es que todo corazón que sangra su locura,
predice su mañana, contempla su dolor.
Abrevia la amargura del poema,
y templa la cuerda donde se cuelga el poeta, ya sin
música.
La sed de este lagarto será eterna.
Evan Lewis
New York City
martes, octubre 17, 2006
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